En mi casa nos enseñaron que no hay un día específico para demostrar amor o para honrar a una persona que amamos. No era nuestra costumbre dar gran importancia a este tipo de días sino más bien tener presente que el respeto, la consideración y el afecto se manifiesta a diario. Este día de las madres lo siento distinto, la macabra pérdida de Keishla Rodríguez Ortíz y Andrea Ruiz Costas, ha dejado en un pueblo una enorme indignación. Un dolor que compartimos y que nuevamente pone sobre la mesa el grave problema de la violencia de género que enfrentamos. Es por lo que hoy deseo honrar a mi madre en este día, pero de una manera distinta, desde la sororidad y la solidaridad femenina. También desde el agradecimiento más profundo. Es por ella que he viajado sola por el mundo y he aprendido a retar los limites que el orden social actual impone a la mujer.
Me lo ha enseñado con su ejemplo y con su manera de vivir. Tomándome de la mano y mostrándome el camino, el cual desde temprana edad sabía que no sería fácil porque ya me había dado cuenta de que no lo había sido para ella. Un camino lleno de cuestionamientos ante los roles de género que se iban develando desde la niñez: “Las nenas no se sientan con las piernas abiertas –una vez me dijo una tía– las niñas no hacen esto ni lo otro... pero tus hermanos y primos pueden por ser varones –muchas veces me dijo la madre de mi madre–". Así por el estilo muchos ejemplos escandalizaban mi mente infantil que deseaba hacer todo lo que los niños hacían con libertad.
Ahora puedo comprender que ni mi abuela ni mis tías repetían estas frases con ninguna otra intención que no fuera el producto de una educación machista que se hereda y se repite hasta la saciedad. Yo tuve la gran suerte de que mi madre era mi más grande aliada. Ella rompió la cadena, mami cuestionó. El contar con su apoyo y solidaridad me brindó seguridad, después de todo a nadie le gusta desafiar a su abuela o a las tías que tanto queremos. Con mucho amor y sabiduría mi madre se enfiló a mi lado y juntas construimos un frente desde donde luchar.
Sin ningún otro discurso que no fuera la acción y el ejemplo me mostró lo que es el espíritu de lucha y que la libertad no tiene precio ni es negociable. Lo vi en ella todos los días observándola levantarse a trabajar con tres hijos sola, echar pa’ lante su agencia de viajes, llevarnos a las prácticas de deportes, hasta las tantas de la noche, para llegar muerta de cansada, darnos de comer y al otro día empezar. Lo vi en ella cuando tomo decisiones sobre su vida que haría cuestionar las mentes tradicionales que la rodeaban, más su libertad valía mucho más y sin miedo se lanzó. Lo veo aún en ella en su hermandad con sus amigas y sus hermanas, en cómo tiende su mano sin juicio ni críticas a sus congéneres cuando la necesitan.
Ana María Rodríguez Soldevila es mi madre, ese es su nombre y yo le digo mami. Ella no era como muchas de su generación. Decía lo que pensaba y hacía lo que quería sin pedir el permiso de una sociedad que juzga a la mujer por todo. Lo demostró a sus 21 años cuando emprendió un viaje de ida, sola, a Nueva York. Muerta de miedo por lo que sus padres pudieran pensar de su arriesgada decisión y se marchó en búsqueda de esa libertad soñada. En la ciudad que nunca duerme encontró un fascinante mundo de culturas, contrastes sociales y diversidad que definitivamente marcaron a la mujer que luego se convertiría en la Viajera Boricua de mi inspiración. En Nueva York nació una nueva mujer y esa mujer se moría por conocer más, por traducir esas inquietudes en experiencias. Los viajes cobraron gran importancia en su vida y en un elemento que iría transformando a quien años más tarde se convertiría en mi madre.
Mi amor por los viajes comienza por ella. A través de ella aprendí que los viajes si no te cambian, no cumplieron su propósito. La exposición a otras culturas nos debe hacer crecer y convertirnos en mejores seres humanos, más empáticos y solidarios, me dijo en muchas ocasiones y cuánta razón.
Hoy quiero agradecerle que me dio alas y me dio libertad, pero la libertad real, no esa falsa libertad de “dejarte hacer lo que quieras”, pero juzgar cada paso que das y ser libre pero hasta aquí, con límites.
Gracias, me has trazado el camino y tengo la responsabilidad de yo también compartirlo con otras, para que este mundo continúe cambiando hacia uno donde podamos vivir seguras, viajar seguras, libres y sin miedo, como tú me has enseñado.
- Adriana Rodríguez
Presidenta Hectours
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